El Domingo es un día especial de la semana; ideal para deshacerse de la tensión del trabajo y despejarse un poco. Pero mientras esté Corfú, no habrá ni un Domingo en la que quieras descansar. Para mi, en este día hay que explorar. Cada fin de semana, trato de olvidar la tensión de la oficina y planificar excursiones con mis amigos.  Además, en Corfú hay lugares de todos los gustos, y se pueden explorar a pie, en coche o en bicicleta; sus aguas cristalinas, sus pueblos costeros y pintorescos, sus playas escondidas y sus cuevas, sus centros turísticos cosmopolitas le dejarán alucinado. 

Esta vez decidimos visitar el pueblo Palaia Peritheia que es realmente un pueblo abandonado en las faldas del Monte Pantokratoras. Somos afortunados porque tenemos nuestro propio coche, así que decidimos salir temprano por la mañana porque luego el calor sería realmente insoportable.Tomamos la carretera Ethnikis Palaiokastritsas hasta llegar a la aldea de Loutses. Desde allí el camino es bastante peligroso; serpenteante y estrecho. A pocos metros de distancia, vimos Palaia Peritheia y el tiempo parece detenido en el periodo del dominio veneciano en Corfú. Aunque el pueblo fue establecido originalmente en el siglo XIV, durante la época bizantina, creció y prosperó durante el dominio veneciano debido a la necesidad de las personas a moverse de la costa a la montaña y protegerse de los ataques de piratas. Su fina arquitectura veneciana está por todas partes; en cada jardín, en cada casa y calle. Sin embargo, cuando la piratería se disminuyó en el Mediterráneo a finales del siglo XIX, algunos de los habitantes empezaron a dejar la montaña y mudar a la costa. Hasta los años 60 había muy pocos habitantes, sobre todo mayores, que se quedaron a cuidar de los cultivos y mantener el la herencia histórica de Palaia Peritheia viva.

En la entrada del pueblo, vimos el campanario de Sam Jacobo de Persia. Muy impresionantes son también las ocho iglesias de las cuales está rodeado el pueblo, mostrando que sus habitantes eran de fe profunda. Vagamos por los hermosos senderos, admirando las ruinas de las casas, abandonadas a su suerte, decoradas por la naturaleza. Los techos estaban cubiertos de buganvillas y hiedras y donde no había suelo, las margaritas y las flores silvestres habían creado una maravillosa alfombra natural. La vista desde Palaia Peritheia es espectacular; el mar eterno por un lado y el imponente Monte Pantokratoras por el otro, entre valles infinitos.

El sol estaba en su punto más alto; el calor era insoportable y nos estábamos muriendo de hambre! Nos dirigimos a la plaza del pueblo, Foros, para cenar en una de sus tabernas tradicionales. Esta parte de la aldea no es, sin duda, abandonado; hay algunos apartamentos para alquilar y las tabernas eran llenas de turistas y lugareños. Disfrutamos de paltos tradicionales sofrito, pastitsada y empanada con queso de filo casero. Los sabores y los aromas eran fascinantes, me siento bendecida por vivir en esta hermosa isla. La belleza de sus paisajes y la riqueza de su gastronomía son incomparables!

Al atardecer, caminamos por el sendero empedrado; nuestro viaje se acerca a su final. Como los recuerdos encuentran los pensamientos del presente, nos quedamos mirando las contraventanas rotas y las paredes de piedra derruidas; el brillante cielo azul brilla a través de los huecos y me siento como si el pueblo fuera en su época gloriosa. Los edificios brillando en tonos de naranja, morado y rosa nos dejaron fascinados y prometimos visitar otra vez esta aldea tan hermosa.